Hemos estado un poco anestesiados por la Eurocopa , que nos ha
hecho más llevadera la cruda realidad del paro, la crisis, los recortes de derechos
y las subidas de precios. Ahora cabe pensar en otro tipo de socialización. Si
el fútbol, como otros deportes, es capaz de provocar un sentimiento común y una
idea, como rezaba un anuncio de cerveza, recalcando el valor de los
sentimientos, de esos de los que dice “tanto entienden las mujeres”, me
pregunto por qué no provoca lo mismo la política.
Apelo a ese
sentimiento del que hablaba el anuncio, al de confianza en que la política sea
practicada, como decía Aristóteles, de forma inseparable a la ética. Si en el
fútbol valoramos el sacrificio, la disciplina, la deportividad, el sentido de
equipo y olvidamos o pasamos por alto, los sueldos astronómicos, la evasión de
capitales a paraísos fiscales de muchas figuras, las deudas de los clubes con
el fisco y hasta por seguros sociales, es obvio que es porque priorizamos unos
valores y unos sentimientos sobre otros. Por tanto, la política, entendida como
el conjunto de prácticas tendentes al logro de la justicia social, la igualdad
y la no discriminación, debería ser ese sentimiento del que los socialistas sí
que valorásemos, entendiésemos y sobre todo practicásemos, siempre desde la
ética.
El partido
político, en su naturaleza y función, debe ser una agencia de socialización
política, tanto para su militancia como para su potencial electorado, por
encima de la agrupación de intereses o la selección de líderes.
Los partidos deben
socializar a través de los mecanismos internos de ejercicio de la democracia
(asambleas, congresos, etc.), a través de la formación política entre sus
miembros, a través de la labor de orientación de la opinión pública que sus
intervenciones parlamentarias pueden llevar a cabo, o poniendo al elector
durante las campañas en el conocimiento más comprensivo posible de las
cuestiones que han de ser decididas en cada proceso electoral.
Pero el abandono de
la formación político-cultural de los militantes es un hecho grave que hace
que, sin esa formación no quepa plantearse discusiones ideológicas de mediana
seriedad, y las que surgen acaban convertidas en rencillas personales o en
luchas por el poder. No cabe esperar una adecuada renovación de la élite en la
que vaya mejorando la aptitud de los líderes, en la que vaya apareciendo la
necesaria competencia técnica y política que todo régimen democrático requiere
y que este país está pidiendo, alto y ya, para la solución de nuestros
acuciantes problemas.
En la formación
tenemos un auténtico páramo. Pero tampoco se está realizando la proyección de
esta función socializadora de cara a los ciudadanos y potenciales electores.
Aquí al páramo se une la confusión.
En periodo no
electoral lo que se produce, es una auténtica carrera por llegar los primeros,
por “estar presentes” o “salir en la foto” donde sea y para lo que sea. Ante
cualquier tema sin una reflexión seria, sin datos concretos y técnicos. De ahí
el progresivo distanciamiento actual.
A este abandono por
parte de los partidos se une la confirmación, dentro de sus estructuras
internas de la tendencia oligárquica más como causa que como consecuencia de lo
anterior. Los aparatos de poder y decisión han entrado en un proceso de rigidez
que consolida en los mismos a sus actuales detentadores. Se acaba formando un
círculo, cada vez más cerrado, en la cúspide, disminuyendo la flexibilidad y
aumentando la burocratización. La burocracia comienza a dejar atrás la
representatividad. Y esto acaba alejando a la militancia del interés por la
decisión porque el grado de participación tiene como condicionante previo la
creencia en la utilidad de la misma. Si este alejamiento se extiende a otras
esferas y si crece, la estructura del
sistema de partidos existente puede verse afectada. Sobre todo en lo que a
partidos de izquierda se refiere, ya que es en ellos donde el principal papel
se adjudica a las bases militantes.
Muchos hoy viven el
escepticismo, que no lleva siempre a la despreocupación, pero que sí puede
acabar en ella. El siguiente paso sería la reacción, desde dentro, reaccionando
ante la languidez del sistema para reavivarlo y llenarlo de contenido. Esta
reacción desde dentro, devolviendo a los ciudadanos la esperanza, es la tarea y
el esfuerzo más importante y urgente que la clase política debiera abordar en
estos momentos con más brío. La
democracia se consolida practicándola y para practicarla es preciso haberla
aprendido y asimilado. De ahí lo importante del tema de la socialización
política en la democracia.
Esa asimilación se
hará mejor y con mayor ilusión si se acompaña de la convicción sobre su
eficacia, es decir, no basta con la legitimidad. La efectividad puede llegar a
funcionar como principio de legitimación más o menos pasajero y la legitimidad
puede entrar en crisis por la falta de eficacia.
La sociedad actual
comenzará a abandonar su escepticismo y a recobrar la ilusión si percibe
soluciones eficaces para los agobiantes problemas que tiene planteados. Son
problemas no originados por la democracia, pero que la democracia anunciaba
venir a solucionar. La democracia es lo contrario al dogmatismo, luego hacen
falta las pruebas para seguir creyendo.
Usamos anestesia
como alienación, pero la distensión ideológica cumple un papel positivo. Aunque
salga beneficiada la llamada sociedad de consumo, resulta preferible a la
sociedad espartana porque un tipo de sociedad basado en la contención tiene
como premisa la existencia de una dictadura de un signo o de otro. Y la
dictadura es lo contrario de la democracia.
Debemos acabar con
la ambigüedad de predicar unas cosas y practicar otras. De esta manera, la confianza
y la ilusión volverán. Lo he expresado en otros foros: o cambiamos o nos
cambian. Lo inquietante es la actualidad de este tema, estudiado ya, como tema
estrella de las CC. Sociales, en enero de 1980.
Resurrección Cruz Vallejo
Secretaria de Organización PSOE/LOGROÑO
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