
No terminan de darle vueltas a un tema recurrente, pero del que sólo nos acordamos cuando sucede algo y, además, cuando ese suceso incumbe a alguien del entorno de un personaje público como ha ocurrido esta semana con la muerte de Álvaro Usía, sobrino del Usía que todos conocemos. Me parece fatal que, como siempre, sólo nos acordemos "de santa Bárbara cuando truena", pero hayamos tenido casos cercanos en nuestra ciudad hace unos años y de los que nadie se acuerda y dudo mucho que las sanciones o aleccionamiento hayan sido los adecuados, porque también aquí hubo un resultado de muerte de un adolescente. Pero esta vez no era El Balcón de Rosales sino una de las dos discos de la calle Duquesa de la Victoria de una ciudad de provincias y la víctima no era sobrino de famoso, sino un chico cubano cuyo único delito fue querer terminarse la consumición que habían pedido, porque entraron ya casi a la hora del cierre, pero en ese momento nadie les advirtió que no les servían porque no les iba a dar tiempo a consumir. Tengo la versión de la madre, así que no soy del todo imparcial, porque todavía recuerdo como se le rompía el corazón recordando y enseñando fotos del hijo, cuando acudió a mí porque no soportaba vivir en Logroño, cruzándose con alguno de los culpables que ella pensaba, le miraban con sorna, y quería vender su piso de Ronda de los Cuarteles que había sido, con esfuerzo, la primera piedra de su sueño europeo y terminó siendo la losa del recuerdo de la muerte del chico. Se me partía el alma viendo llorar a esta mujer y yo con ella porque no soporto ver sufrir tanto y no implicarme, (no me he endurecido lo suficiente y creo que no lo lograré nunca) y allí estuve escuchando el relato de los hechos: de como comenzaron a discutir en la calle los gorilas con cuerpo de boxeador, pero el cerebro licuado de tanto golpe y terminaron, dentro en el guardarropa, con el consentimiento del dueño del garito y para que no dieran el cante.
El otro día, se planteaba en un programa que en Cataluña, a raiz de hechos como este, acontecidos hace un tiempo en locales del Maremagnum, se había creado una preparación específica para estos porteros nocturnos de discoteca más parecida a la formación del vigilante de seguridad, que debe emplear la psicología y la persuasión y nunca los puños ni las armas (máxime cuando hablamos de que los implicados estan de fiesta, han bebido y a esas horas puede costar más razonar). Me parece buena idea que fuese extensible a todo el país o que se exija un vigilante profesional y paguen los dueños por el servicio que nos evite la muerte de muchos de nuestros jóvenes. Ya vale de ver en las puertas "armarios de 4x4", con el traje marcando musculito, que parece que les va a explotar en cualquier momento como al increíble Hulk y la cabeza rapada como marines americanos o en cola de caballo estilo narcotrafi-colombiano.
Para terminar, se ha planteado también a raiz de esta última muerte en Madrid el tema transversal de la existencia de cantidad de licencias para estos locales no adecuadas a la actividad actual que desarrollan. Se habla de 120 denuncias en 24 meses y se mencionan locales archiconocidos de la capital como: el Randal, Moma, Riviera, Macumba, entre otros.
Me encantaría animar, desde estas líneas, a que las malas artes que conozcamos en nuestra ciudad en tema de ausencia de licencias, violación de normativa de horarios o de ruidos, zonas de botellón que resulten molestas o sin vigilancia etc., sean denunciadas antes de que, como siempre, sea demasiado tarde.